Ser de barrio:

E. Ferreira Leonís

eldiadezamora.com


Una identidad, un ser yo misma que me distingue entre los demás, y la pertenencia a una colectividad como afianzamiento de ello.

La idiosincrasia de un barrio se posiciona en una ciudad exhalando un carácter propio que moldea la mirada hogareña más allá de tu casa. Se hace sombra protectora y son abrazo sus calles siempre vividas; colorean voces familiares tu caminata hasta la frutería del pasaje o hasta la carnicería de la esquina pulida con el canturrear de la señora Oliva desde su ventana, llena de macetas de cerámica delicada.

Nunca falta una mano prestada que frene cualquier apuro e incluso más allá de la frontera, que nos guarece con olores maternales, el encuentro con un rostro vecino se yergue como faro que lanza la luz de una sonrisa cariñosa.

Me crié en un barrio donde ahora recuerdo incluso cualquier disputa, como regar este o aquel jardín cuyas rosas altaneras parecían gritar cada cual a su favor, con ternura, pues todos eran mi jardín, todas mis rosas a capricho. Un cruce de calles se magnificaba en el encuentro sublimado de aventuras tempranas y amores robados. Un banco cansado en compañía de  una farola vigilante eran cómplices de tantos secretos quién sabe si bien guardados…

Y ahora retomo esa magia, vuelvo al barrio que, en una ciudad extraña, ha sabido acunarme al son del “Coronabingo” cada día de una historia simplemente triste, complicadamente amarga, de ciencia ficción –aún la maquillo así. 

Una tarde la música nos despertó el ánimo y la voz de Fernando, maestro de ceremonias, ingenio de tanto entusiasmo con que regar los balcones de nuestras soledades más profundas, sacudió nuestra pena jaleando con orgullo: ¡Viva San José Obrero!

Una puntada hiló mi nostalgia en la costura por donde se desgarra el pensamiento, contenido, en los míos y sentí de nuevo el calor de ser eco en otros, con otros, mis vecinos.

… Y se cumplió la cuarentena. De nuevo el barrio brotó en la ramificada generosidad de otros intérpretes y la pluralidad se mudó en armonía de voluntad para engalanar nuestros refugios con agradecimientos eternos a Fernando y a su cómplice Verónica.

No necesito una pandemia que me aísle para horadar mis complicaciones y trascender desde ellas en mi ser y estar, pero en una parte estaba equivocada: es verdad que algo queda de esta fastidiosa ruptura del devenir cotidiano que antes era. Gracias Fernando porque, además de cargarnos de energía cada tarde, me has situado en mi barrio, su esencia ha rescatado una parte de mí para ser parte de él, ser otra vez de barrio.


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