CONVERSACIÓN EN GREGORIANO

Afinando notas preconcebidas del canto gregoriano, de la mano de Víctor Aliste,

director de la Schola Gregoriana Gaudete de Zamora.

El canto gregoriano es de gente mayor

Cantando en la Escolanía de la Catedral de Zamora, desde niño, Víctor Aliste se sumergió en la intimidad musical del canto gregoriano, que vivifica el significado de la Palabra, ahondando su espíritu eterno hacia lo más puro del alma. Es un hombre joven por lo que llama la atención que, en esa llama prendida en su infancia, y sin el abandono traidor propio del fervor pusilánime de la adolescencia, este zamorano joven -reitero-, se haga cargo, desde 2019, de la dirección musical de la Schola Gregoriana Gaudete de Zamora y, para más inri, en este hoy por hoy del reguetón…, «la juventud no conoce el canto gregoriano, ni siquiera la música clásica, las músicas de culto», reflexiona el director del coro, cuando le planteo esta primera idea preconcebida acerca de este canto, que se define por ser canto llano, simple, monódico y con una música supeditada al texto utilizado en la liturgia de la Iglesia Católica.

Las voces que, en su breve experiencia de la vida, se acercan «al coro de jóvenes... 

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 Lengua Língua


En su húmeda euforia las lenguas
liben las vocales que acarician la rima
cuando cabalgan el romance del viejo,
sean las crines del caballo en su alianza
provocando al viento. En el fractal
de la excitación las lenguas
conjuguen las corrientes del río
que se necesitan en el requiebro a la orilla,
se busquen leña y fuego en el anhelo de
la llameante lumbre del hogar.
En su enriedo las lenguas 
conquisten el poema desejado. ⓇⒸ


Esther Ferreira Leonís

¿Quién rellena la cabeza hueca de Barbie?

 eldiadezamora.es


Esther Ferreira Leonís

Ha regresado Barbie a mi vida. Ha reaparecido envuelta de la fama que por los aproximados ochenta ya cosechó en los carriles del consumismo, de la moda porque es la moda y, ¡venga!, a hacer caja.

Dicen que ha vuelto pero feminista…

Para mí siempre será la Barbie que me acompañó en la infancia y en lo que ahora es la preadolescencia, porque ya no es infancia. Mi Barbie apareció deslumbrante, con piernas inquietantes, porque solo se adivinaban bajo un vestido plagado de estrellas relucientes en la oscuridad, como no puede ser de otra manera, lejos de toda contaminación lumínica. Era un vestido de sueño imposible, de corte evasé a lo cenicienta triunfante, con su sombrilla trascendental para infundir aún más prestancia. Y sus zapatos de tacón… precisamente perfectos, porque sus pies son pies de tacón impostado.

Mi Barbie no tenía Ken, disfrutaba la suerte de haber encontrado al amor de su vida, un osito de peluche, fofucho, de un terciopelo asalmonado a la altura de un amor de elegancia divina, llamado Michu. Se llamaba Michu porque fue evidente que mi creatividad en bautizos no era exultante, así que acepté lo dispuesto en su tarjeta de identificación, adherida a una de sus costuras; así figuraba, con su correspondiente código de barras extranjero, pues Michu era italiano, llegó desde Roma en la maleta de mi tía, que se acordó de su sobrina recién estrenada, en su viaje de boda con mi tío el soltero, hasta entonces.

Mi Barbie tenía tres hijos, tres barriguitas sonrientes; dos de ellas, los mellizos, blancos, de impoluto rubio él y de enmarañado rubio ella, y la tercera, la pequeña, con su pelo astropajado en necesario acompañamiento a la caricia de ébano de su piel. No tenían nombre, otra vez por mi culpa que justificaba en que su felicidad delataba las raíces que bullían en su plástico materno, brillante siempre y en su redondita barriga, tan cómoda para los achuchones, como la de su padre; solo podían ser los hijos de Barbie y Michu, fruto del amor incondicional, “y se dieron con los huesos en las narices”.

Y no tenía su baño, ¡oh! ¡The Bathing Fun…! El baño de mi Barbie era the Lisa’s bathing. Lisa debía de ser su prima o guardar con ella otro parentesco, no muy lejano porque los genes delataban esa ligadura de la naturaleza plastiquil. Y por esa herencia de cromosomas X, Lisa tenía que usar peluca, tenía un gran surtido para afrontar cualquier situación: rizado rubio para ir a la piscina, liso castaño para salir a cenar con amigos, un recogido pelirrojo para ir de boda y hasta unos tirabuzones morados para disfrazarse de bruja en Halloween; porque Lisa era de Londres, según me comentó emocionada mi amiga Virginia, cuando la trajo a mi cumpleaños con otras cuantas mentiras más, porque Virginia era muy internacional y de imaginación tan enorme como su estatura. Lisa sufrió un accidente, grave, muy grave, hasta ser velada en el sofá de mi Barbie, que era un costurero rectangular con la tapa acolchada y un paisaje asturiano plasmado en su plástico eterno, porque mi tía Irene, la de Turón, siempre hacía regalos de calidad, para que el cariño quedara impreso para siempre, no solo en el alma, sino en el tiempo amenazante del olvido. Tuve que enterrarla en una bolsa de basura en la esquina de la calle Sarasate con Pinzones. ¿En qué se habría reciclado Lisa, si por entonces hubiera caído en un contenedor amarillo?

Mi Barbie era lo que yo quería que fuese, lo que yo absorbía de las vidas que me rodeaban: el amor de mis padres, la suerte de mi familia, la complicidad de mis amigos y la sabiduría de mis vecinos. Porque mi vecina tocaba el piano, mi Barbie tocaba el piano en sus ratos de ensanche; porque mi madre es maestra, mi Barbie era maestra y enseñaba Lengua; y salía a bailar con sus amigos y visitaba museos con su marido y sus tres hijos. Nunca cocinaba, porque su cocina en realidad era de la Chabel y no tenía coche, porque le encantaba coger el autobús con su amiga Nancy, quien soñaba ser algún día quien recorriera la ciudad al volante de aquella caja de cartón resucitada, que me dio el tendero de mi barrio, el señor Eladio.

Y hoy conducimos autobuses, aramos con el tractor y comandamos aviones, pero aún queda mucho cielo en el que igualar los sueños que todas las personas perseguimos, para no conformarnos con ser juezas de un tribunal, pero no del supremo… que así nos deja de momento la película…, la realidad.

 

El fruto de tu vientre

 

"ALMA MATER"

Esther Ferreira Leonís

 

Cuando la luz cansada de la tarde anuncia la caricia

eterna en el rostro hurgado por los jalones del camino

es tu regazo columpio de risas que nos devuelve la niñez.

Y en el desafío sinfónico de la brisa en el acantilado

el mar pretende tu manto de azul sereno. En él navegaremos

hasta el beso de tus labios que nos cura de las horas

malgastadas en el azar de caprichos hueros. Es tu regazo

cáliz de porcelana virginal donde las lágrimas

se vacían de dolor y solo tu pañuelo de lino puro

huele a madre. Es tu regazo de madre

donde se aprieta fuerte la pena para ahogarla

porque a los pies de la cruz se hinca injusta

la entrega de un hijo. Duelen tantos hijos…

Pero bajo la lluvia recta que arroja toda la oscuridad

nace en el éxtasis de tu pecho ardiente

la paz de nuestra respiración porque tus manos altas

en destello reclaman la Palabra cumplida. Duele tu Hijo…

El frío de los huesos recalca la inutilidad de la carne

y se evapora en espuma de cielo rasgado para alcanzar

la dicha de celebrar tu vientre. Es tu regazo santuario

donde rezamos al Hombre para el hombre, donde cantamos

todos tus nombres para ser madres en la luz.

El regreso del ángel

 Papeles del Martes. Número 68

“Sin embargo, no ceden ni se inclinan.

Se incorporan sin queja y se levantan”.

María Ángeles Pérez López

 

“Llevo el alma pegada a los cristales de mis ojos.

Con una sed de cielo renace mi sonrisa”.

Margarita Ferreras

 

El regreso del ángel

Dónde has dejado ángel tus alas

eclipsadas por los neones que disparan

a la oscuridad de la noche, no hay silencio.

Tus alas desbriznadas, como el azafrán desnudo

de su tintura, sangran la pérdida.

Ahora las luciérnagas vuelan eléctricas.

Se ha deshilachado tu caricia en el zarandeo

de otras ilusiones impacientes, rápidas, célebres

unánimes en el resplandor que se vacía de madrugada.

 

Déjamelas. Deja tus alas sobre la mesa

herencia de las comidas familiares que se alarga

hasta mí, junto al costurero

que preside su centro porque comparten

el tacto íntimo de encina amansada.

 

Zurciré tus alas con hilo de oro depurado

en las aguas claras del arroyo cuando

arrulla su curva bajo los riscos de la frontera.

Remendaré cada suspiro contenido para que

tu abrazo de merengue desemboque en su textura.

Liberaré los nudos que enredan tu luz en hatillo

como se deslía el olvido con una llamada.

 

Necesito llamarte y con tu nombre alto

enhebrar la aguja que fiel aguarda en el sueño

que sirve a mis puntadas valientes.

 

Y luego, extiende ángel soberanas tus alas

más allá de la confusión de los cuerpos

donde el cielo

se despeja

               y llévame con tu luz renacida

para que regrese también mi nombre.

 

 

 

Esther Ferreira Leonís

La espera

 

pasionensalamanca.com 

Esther Ferreira Leonís


El invierno reivindica que aún es su tiempo, impregnando con la blancura deslizante de sus estrellas danzarinas la rutina, cuando la Cuaresmera se ha calzado ya sus siete semanas, despertando el hormigueo de los semanasanteros.

Y así, Salamanca espera en distancia cercana la semana de Pasión, avistando la siembra de palmas y cera por sus calles, sintiendo el pálpito de cornetas y tambores, saboreando la oración que en su piedra los siglos tallan.

No huele a azahar el Lunes Santo; me embriaga el silencio que los cardos engarzan entre su pena seca a los pies del Cristo de los Doctrinos. Y no es carrera oficial, pero es la calle de las calles de Salamanca en Semana Santa, la calle de la Compañía, antagónica su prestancia con la mayor de las soledades: el dolor de la Madre desmayado en el manto de su amargura.

Las cruces van enhebrando las hileras de hermanos universitarios que prometen silencio el Martes Santo. Las palabras se engarañan porque se hiela de espanto el viento que la noche llora, cuando la Madre interpela al dolor, dolor en el silencio del Hijo, silencio que viste de noche a la Madre.

La puerta de Ramos se abre arrinconando la algarabía de bienvenida al Amado. Nuestra mirada se apresura al interior de la Catedral Nueva, en la inquietud alimentada por el incienso que va rindiendo su suspiro, para mostrarnos el rostro sincero de la muerte, en el proemio del Jueves Santo. Es el preciso momento del Hombre en su Agonía. Se anudan todas las culpas en la garganta hasta romperse con el eco de las campanas en Anaya y altos los capirotes elevan nuestros ojos donde resiste, en su quebranto, la pena; porque reconocemos al Padre en el Hijo, a hombros de todos los hombres, que  “Llorando a Mares” soportan todas las penas.

No tiene puerto el Tormes, pero navega en los faroles el alma de los vecinos arrabaleros, cuando el Amor del Cristo es la brisa que pone rumbo hacia Tentenecio, y su Paz la estela que una saeta deja en la soledad del puente, hasta su regreso. Y por el barrio del Carmen, vienen los vecinos de las casas rojas, uniéndose a los de Pizarrales; son gentes de los barrios de Salamanca que arrebatan a la tarde el fulgor de su luz más clara, para entregárselo a la Madre como incipiente brillo de la hora esperada; así, es Señora del Silencio que lo arruga en su regazo, porque en el vacío de la muerte se apresura el calor de la esperanza, en el calor de sus barrios.

Espero, Señor, a la lumbre del oro de las torres de Salamanca, tu llegada. Te espero en todos tus nombres, en tus latigazos, en tus lágrimas, te espero despojado, yacente y rescatado, espero tu perdón, tu misericordia, tu luz. Y espero tu humildad, Padre, porque llegarás en un pollino y triunfarás en la cruz.

 Ilusiones 2.3

Se escurren entre el desengaño

de las nieves de diciembre

que fueron caricia

desprendida

en puntos suspensivos... 

Siguen las corrientes cristalinas

en las que  conquistarán

el reflejo del brindis de 

cada luna 

           con su sol

para abrillantar las horas

en promesa lenta y efluvio

de pasiones siempre 

llameantes...®️